6.4.09

los amorosos

Llegué a las 16,20. Mientras esperaba que atendiera pensé que quizá debería haber esperado hasta las 16,30. Me senté en el escalón de ingreso dispuesto para insistir después de unos minutos. Sabía que debía esperar si no atendía inmediatamente. Se abrió la puerta del palier. Era Carlos, el portero. Le dije que estaba aguardando que respondiera. Hizo el ademán de siempre.
- Pasá...
- Es que no respondió...
- Pasá que te explico. No sabés nada?
- ...
- Tengo una mala noticia...
- Falleció la madre?
- No, no...
Después no importa. Carlos me habló durante diez minutos, creo. Repetía cada tanto que lamentaba tener que decirme. Carlos sólo era algo que gesticulaba y movía la boca. No recuerdo ni siquiera si lo saludé, si le dije algo cuando me fui. No sabía dónde había dejado el auto, no se por qué calles anduve ni qué cosas pensaba. Sólo torné el retrovisor para verme en los semáforos, para sostenerme.

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Todos los agostos le regalaba algo. En el 2007 le regalé un CD con poemas de Jaime Sabines. Varios poemas. Recuerdo que me dijo: ¨toda la noche del sábado estuve escuchándolos, con unas copas de buen vino. Los amorosos, los amorosos, qué bello¨. (bye Rahy, me debés una)

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Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.