12.12.06

te acordás hermano, qué tiempos aquellos...

La pérdida de la virilidad
Hablábamos con un amigo venerable refiríendonos a cierta idea de un tal doctor Kyon, que afirma lo siguiente: ¨En el campo de la medicina se distingue al hombre de la mujer en virtud del yin y el yang; en consecuencia, los tratamientos médicos para uno y otro sexo son diferentes. Además, sus pulsos también son diferentes. Sin embargo, en los últimos 50 años, el pulso de los hombres se ha vuelto indistinguible del de las mujeres. Desde que he advertido este hecho, me pareció que era conveniente realizar el tratamiento de las enfermedades oculares del hombre siguiendo los métodos que se ajustarían al pulso de las mujeres, dado que cuando intento aplicar a mis pacientes varones un tratamiento específicamente diseñado para ellos, no obtengo resultados satisfactorios. En efecto, el mundo está atravesando un período de degeneración; los hombres pierden su virilidad y se parecen cada vez más a las mujeres. Es algo de lo que estoy cada vez más convencido; y me he propuesto no colaborar con ello. Desde entonces cada vez que me dispongo a examinar a un hombre, pienso seguramente he de encontrar otro pulso femenino. Prácticamente nunca llega a mi consulta un hombre verdadero. A esto se debe que en la actualidad sea posible ser considerado un experto, y acceder a un puesto de importancia casi sin esforzarse. Los hombres se están volviendo cada vez más pusilánimes; prueba de ello es que hoy en día, pocos son los que pueden jactarse de haber decapitado a un malhechor, con las manos atadas a la espalda.
Cuando se les solicita oficiar como asistentes en un suicidio ritual, la mayoría de ellos considera que es mejor eludir la responsabilidad, apelando a excusas en general no demasiado pertinentes.
Tan sólo 40 o 50 años atrás, las heridas de combate eran consideradas símbolos de virilidad. Un muslo que careciera de cicatrices constituía una señal tan notoria de inexperiencia, que nadie se habría aventurado a exhibirlo de ese modo. Todos habrían preferido inflingirse una herida de manera voluntaria. El hombre debe ser sanguíneo y vehemente.
Hoy en día, el ímpetu se considera una señal de impericia; el único fervor vigente en estos tiempos es la pasión lingual, en la medida en que los hombres hacen todo lo posible para desembarazarse verbalmente de sus obligaciones, y rehuir cualquier esfuerzo. Desearía que los jóvenes pudieran reflexionar con seriedad acerca de esta situación que nos aqueja¨

Hagakure, El libro oculto del samurai, Yosho Yamamoto, 1659-1719