25.10.06

viento sur

1) Esa noche el bar del hotel estaba prácticamente vacío. La vi por primera vez detrás de la barra, a pesar de que yo llevaba varios días allí. Cené verduras sin quitarle los ojos de encima. Mis pensamientos tenían una turbulencia que alejaba toda posibilidad de hablar con claridad. Me acerqué a ella con el dinero en la mano, sin esperar que viniera hasta la mesa, como se acerca alguien que ya no tiene nada para dar, que ya no sabe dónde buscar y que sólo puede pedir clemencia, un gesto que desate la angustia y libere ese monstruo desconocido que va haciéndose lugar en el pecho, desplazando los órganos y los huesos. No podía permanecer erguido, la bestia infame parecía querer juntarme los hombros con el vientre. Dejé el dinero sobre la barra y ella atinó a darme el vuelto, sobraban casi 5 dólares. Levanté la mano derecha, diciéndole que estaba bien, que el vuelto era suyo.
- Estoy a prueba dos días, dijo
- No te había visto antes. A qué hora salís, le dije, fijando los ojos en su boca.
- En media hora, pero van a ser 50 dólares. Si querés dormimos juntos en el hotel que está frente a la Plaza de las Flores. Mi cuerpo se retorció imperceptiblemente. Hice un gesto indefinido y le pedí que me subiera a la habitación un jugo de frutas. Llegó casi detrás de mí, yo estaba tirado sobre la cama y le grité que pasara cuando llamó a la puerta. Dejó el pedido sobre una mesa pequeña y se quedó mirándome con la bandeja apoyada sobre sus dedos como si aún tuviera objetos que descargar.
- ¿Puedo tomarme una aspirina? A veces no puedo seguir, dijo mirándome fijamente.
- Si, respondí sin moverme de la cama
- Buscame en veinte minutos, en la puerta de salida del personal, dijo antes de irse.
Puse 200 dólares en la billetera y fui al encuentro. Ella tenía un jean y una remera amarilla. Comenzamos a caminar en silencio.
- Ya estamos cerca, caminemos más despacio
- Me parece bien, más despacio
- ¿ Cuándo te vas?
- En pocos días
- Yo no sé si termino con mis dos días de prueba, ayudame...
- No puedo ayudarte, ¿ sabés?
- No voy a cobrarte, ayudame...
- No puedo, le dije luego de unos minutos, pasándole el pasaporte al conserje del hotel para que me registrara y 50 dólares para la habitación. Llovía torrencialmente. La habitación era oscura, vieja, con la alfombra levantada en varias uniones, la pintura descascarada y varios indicios de humedad. Se sentó al borde de la cama y prendió el televisor. Buscó un canal de música y se quitó la blusa, yo respondí quitándome la remera, así avanzamos, creo que sin mediar ningún sentimiento.
- Voy al baño, dijo. Recién en ese momento pude apreciar la perfección de su cuerpo. Cintura pequeña, pechos firmes y caderas anchas. Su rostro también tenía rasgos conmovedores, una extraña mezcla de indígenas y españoles.
- Bueno, dije metiéndome en la cama, esperando que ocurriera algo que desate algún deseo. Aunque más, deseos de irme de ese lugar.
- Ya está, murmuró metiéndose en la cama junto a mi. Quedamos con los ojos fijos en la pantalla durante una eternidad, sin hablar, sin tocarnos y sentí que comenzábamos a subir a un gran faro a través de una oscura e interminable escalera caracol. Me di vuelta hacia ella, pasando mis piernas debajo de las suyas. Dio un largo suspiro y comenzó a besarme agarrándome el rostro con ambas manos. Comenzamos a movernos lentamente sin separar los labios, y a trepar ese espiralado recorrido. Los movimientos fueron creciendo, primero débilmente y luego con violencia hasta que emergimos de ese laberinto angustiante y sombrío. Yo tiré de su cabello negro con fuerza y ella mordió mis labios hasta lastimarlos. Agitados, en un estado de semiconciencia, éramos dos seres sujetos al mundo por un cono de sombra, en la extremidad del faro. Así estuvimos largo rato, no mirando los objetos de la habitación sino el oleaje rompiendo en la costa y el viento trayendo la sal a nuestros cuerpos. Comenzó a llorar y a decir cosas que no recuerdo, que ya no podía, que no sabía qué hacer, que un hijo, no sé. Lloré con ella. Nos dormimos un rato y nuevamente comenzamos a subir, sin cambiar de posición. La segunda vez fue un espejo fiel de la primera. Antes de dormirme, ella me miró tiernamente y dijo: no sos real, no lo sos. Una especie de terror me recorrió. El teléfono de la habitación sonó a las 5. Debía retornar. Nos vestimos en silencio y salimos a la calle, ya no llovía. La dejé en la puerta de ingreso del personal. Subí a mi habitación y retomé rofundamente el sueño. Por la mañana cuando bajé a desayunar, ella ya no estaba. No había resistido ni siquiera su primer día de prueba. Intenté averiguar dónde vivía, quién era, pero era en vano. Iba a ser en vano.

2) Acabo de cometer dos crímenes, creo. Pedro y Tomás aparecieron con dos mascotas virtuales. Me explicaron a grandes rasgos el funcionamiento mientras yo intentaba que el horno al menos calentara la pizza. Cenaron y se fueron a dormir. Pedro y Tomás, aclaro. Las bellas mascotitas siguieron emitiendo alarmas. Les di de comer, las llevé al baño, las invité a dormir. Pero son insaciables, o no entendí nada. Después de un par de horas de escucharlas con sus demandas, urdí la lenta trama. Las metí en un balde y las saqué al patio. Va a llover, creo. Qué padre este, che.