5.10.06

No hay dos sin tres


1) - Por qué no nos venís a visitar?, hace mucho que no lo hacés, dice mi abuelo poniéndome una mano en el hombro
- Por qué?, respondo dudando, confundido
- Si, siempre estamos esperándote
- ...
- ...
- Abuelo, ustedes están muertos, desde hace mucho, por eso no los visito como antes.
- Estamos muertos? me dice
- Si, abuelo, están muertos
Hasta ahí llego el sueño, tardé un par de minutos para comprender en qué habitación estaba, de quién era la casa, quién era ella quitándome la mitad de la cama, quién era yo. Me levanté, di un par de vueltas a oscuras por la cocina, me senté junto al desayunador, amagué con encender un cigarrillo, miré la hora. Me quedé un rato aturdido. Darse cuenta. Ese era mi aturdimiento. No de la muerte de mis abuelos (año 89), si no del darse cuenta. Darse cuenta.

2) La palabra que íbamos a pronunciar, a dónde va cuando tenemos un acceso repentino de tós?

3) En el libro Obra Abierta de Umberto Eco, hay un capítulo interesante al final que se llama la Generación de mensajes estéticos en una lengua edénica. Entre otras líneas dice que Dios escribió la palabra azul con bayas rojas y la palabra rojo con bayas azules. Me quedo con la última reflexión: para reestructurar los códigos, es preciso sobre todo tratar de escribir nuevamente los mensajes. ¿Qué tendrá que ver esto con el hoy? Desde hace rato me desvela: cómo establecer los nuevos códigos para una nueva época, hoy que la espantosa esfera de Pascal (el centro está en todas partes y en ningún lugar) parece haberse devorado todo.

4) Mi amiga se quejaba de una eterna conjuntivitis. Le dije: si vos no decidís ponerle el parabrisas al auto, no te vas a curar nunca, mientras le quitaba un par de mariposas secas del pelo.