Han pasado más de dos años, y hoy vino brúscamente a mi memoria. Viajé a sucre (bolivia) para dictar un seminario. Yo estaba de última. Pero llegué. Con fiebre, me presenté aquel lunes, no podía respirar normalmente. Me las ingenié como para que no se note. Daba clases y volvía al hotel a acostarme. Me habían designado a andrea para que resolviera los temas administrativos, las necesidades. El miércoles la invité a cenar. Fuimos, ella temblaba en la mesa, le pregunté si se sentía mal. No, respondió, esto no me pasa a menudo dijo, mientras yo hacía esfuerzos para mantenerme allí. El jueves me informaron que se cerraba el aeropuerto por mantenimiento, debía partir el viernes a la mañana o el domingo. Ni loco me quedo dos días más pensé, voy a terminar esta noche respondí, voy a darle un cierre hoy al seminario. Andrea me acompañó a hacer los trámites de los honorarios, reía mucho, como nerviosa, yo me sentaba cada diez metros, no podía respirar, ya no aguantaba más, me tomaba de la mano y me decía yo te llevo, yo te llevo. Regresamos al hotel y la invité a almorzar, temblaba nuevamente. Algo no cerraba, me daba la sensación que ambos éramos dos condenados, juntos, sosteniéndonos, pero no quería preguntar (no podía preguntar), ella tampoco. La invité a subir a la habitación, dudó, dijo que sí, cuando llegamos a la puerta me abrazó y me dijo que no, llorando. Nos vimos a las 5 de la tarde, comencé a cerrar el seminario, a las 9 me fui diluyendo, vaciándome y ya no podía sostenerme, esto fue todo dije, escuché unos aplausos y el cielo boliviano se cerró de golpe. Cuando volví a tener conciencia, andrea intentaba sostenerme, me abrazó fuerte y atravesamos el largo pasillo que llevaba a la calle. Me llevaron a un hospital, tenía la presión por las nubes y 39 de fiebre. Andrea no dejaba de abrazarme. Llegué al hotel mal muy mal, tomé un par de pastillas y dormí hasta las 7 hs. Andrea estaba nuevamente allí para llevarme al aeropuerto, abrazándome. Lo único que me salía era acariciarle el pelo, era raro, algo nos aguardaba, lo intuía, pero nadie preguntaba. El avión trepó hasta cochabamba y luego santa cruz de las sierras y luego córdoba. Acá me esperaba la causa, no el síntoma. Allá, la desesperación. A los veinte días recibí el siguiente correo:
Queridos colegas: Este medio nos ha acercado en varias oportunidades en el trabajo compartido. En esta oportunidad recurrimos a él, aunque las palabras no nos alcanzan para expresarnos, tratando de acercarnos, en un momento tan triste para todos. Nos cuenta Alberto que Andrea falleció, y la sensación de absurdo y de dolor nos golpea -en particular a quienes compartimos diversos momentos con ella- como sin duda les ocurrió a ustedes. Las preguntas se suceden aunque sabemos que las respuestas ya no tienen sentido. Que su vitalidad, su juventud, su energía no hayan resultado suficiente...para enfrentar no sabemos qué contratiempo...en este tiempo de tanta precariedad en todos los órdenes. Nuestro abrazo para ustedes y muy especialmente para la familia de andrea, en particular para su hermanita menor a quien apoyaba en los trabajos de la escuela.
Joder, vida. Andrea se había suicidado. Y me sostuvo en este tiempo de tanta precariedad en todos los órdenes. Te debía este chau, andrea. Andreita, como le decían.