10.3.06

hala! hala!

Los partos virtuales permitían a los hombres sufrir y sentir lo que sólo estaba reservado a las mujeres. El proceso era sencillo. Después de ingerir algunas sustancias que inflamaban los intestinos y sensibilizaban el recto, la zona que rodeaba el ano y otros sectores específicos como la vagina en el caso de las mujeres, eran introducidos dentro de vestimentas saturadas de sensores que cubrían totalmente los cuerpos, inclusive las cabezas.
El vientre crecido por la acción de los ingredientes que se habían bebido, daba la sensación de un embarazo avanzado. Se podía percibir el movimiento del feto dando patadas y buscando una nueva ubicación. Las contracciones comenzaban a ser más frecuentes y podía verse una serie de asistentes disponiendo la sala para un nuevo alumbramiento. Uno verdaderamente se sentía en una sala de partos, embarazado y jadeante. Desde afuera del pequeño recinto que no medía más de lo que mide una camilla vulgar, se podían oír los gritos desesperados de las parturientas.
Recibían los últimos consejos para favorecer el nacimiento y comenzaba un alud de sensaciones. Podía sentirse la presión creciente de las manos de la pareja parada detrás de la madre y los gritos de aliento y el sudor y los trabajos de respiración y el primer llanto.
Todo terminaba felizmente, con el niño reposando sobre el cuerpo de la mamá que ya sentía como sus pechos comenzaban a desear la desdentada boca. Duraba 15 minutos y no era necesario cambiar pañales de ahí en más, ni levantarse por las noches a preparar las codiciadas mamaderas reclamadas a fuerza de sollozos insoportables, ni permanecer largas jornadas despidiendo restos por el mismo lugar donde asomara por primera vez la criatura.
Las mujeres que ya tenían hijos, al experimentar un parto virtual revivían sin diferencias los partos naturales. Y sollozaban de la misma forma frente al nuevo y misterioso reflujo de la vida. Los hombres que experimentaban, sin salir del asombro, bebían largas horas relatando lo que habían vivido.