9.12.05

NaClO

La química, además de las matemáticas y la física, siempre me depararon buenos momentos, pero nunca la química tantos momentos juntos como hace unos días.
Tenía una deuda pendiente: eliminar esas viejas cartas. No quería prenderles fuego. Hipoclorito de sodio (lavandina más corrientemente), murmuré. Es bueno presenciar como todo aquello, todo aquello, en cuestión de segundos va perdiendo intensidad hasta reinventar una nueva hoja en blanco. Pasé el pincel por cada una de ellas, desde la última palabra hacia la primera. Después, llené un vaso con jugo de limón, tomé un pincel más fino y escribí sobre las mismas hojas sin detenerme. Junté todas las hojas y las retorné a la vieja caja. Me reservé la última para comprobar que todo estaba bien. Pasé la llama del encendedor por debajo de la hoja y las palabras que acababa de escribir fueron apareciendo. En sepia pude leer: qué solos se quedan los muertos. Para coronar la noche, exprimí varios limones más, agregué agua y azúcar, una buena dosis de bicarbonato de sodio y ácido tartárico. Como un niño atravesando las puertas de una inmensa juguetería, bebí mi propia gaseosa. La bauticé sefiní corazón. Tendido en la hamaca paraguaya, dormité un rato hasta que me puse a pensar en cómo acelerar el crecimiento de las plantitas.