20.9.05

barrer remando

Otro pensamiento que vino a su encuentro fue el de la abuela barriendo el patio. Siempre creyó que abuela Yolanda, a través de ese ritual milenario que consistía en barrer, en frotar la escoba como acariciando la tierra, intentaba juntar todos los seres que habían pasado por su vida o estaban junto a ella.
Las hojas secas en el otoño, los restos de cotillón cuando terminaban las fiestas, las colillas de cigarrillos luego de los velorios, eran fragmentos entrañables de su vida, y necesitaba aunarlos, acercarlos, para después juntarlos y depositarlos en cajas de cartón, como quien recoge los juguetes de un hijo.

Imaginó también que la escoba no era otra cosa que un remo que ella movía intentando retornar a Alemania. Nunca hablaba mientras barría y tenía la mirada perdida. A veces, balbuceaba algunas palabras en un extraño lenguaje y meneaba la cabeza, pero nada más. Barría y remaba y juntaba y abrazaba y remaba.
Lautaro pensó después en la última vez que fue a visitarla. Abuela Yolanda había tenido que mudarse a un pequeño departamento, porque había enviudado y sus piernas ya no le daban. Fueron de paseo por el viejo barrio donde habían vivido durante muchos años. Recordó que en el mismo lugar donde antes se erigía la casa que los había visto nacer, ya demolida, en ese momento, había una gran excavación. Guardaron silencio, un largo y placentero silencio. Abuela Yolanda tenía la mirada perdida nuevamente, y Lautaro tuvo la certeza de que la vieja lo había logrado. Pudo verla por un momento saludando desde lo alto, con su batón oscuro, junto al único hombre de su vida de ojos profundamente azules que arrojaba caramelos, saludando y remando, barriendo y abrazando y remando, mientras una pequeña isla flotante se alejaba con rumbo a Europa, con la casa y el amplio patio. Vio a abuela Yolanda, saludando y remando, hasta que un pequeño punto terminó perdiéndose en el horizonte.