Hay algo parecido al amor en tus humedales,
en tu inagotable camino de fecundidad marítima.
Frontera meridional de la adolescencia
tu otra orilla,
el vasto horizonte del coraje,
tiene aún el misterio de aquellas piernas.
Desde allí comencé a navegar
detrás de ese otro gran espejismo,
reflejo de luna, con tus menguantes y crecientes,
esa cadencia nombrada y repetida
y siempre nueva.
A las mujeres que amé,
cada una a su tiempo,
les regalé un ramo de margaritas del bañado,
les enseñé el canto de los pájaros,
las ungí con el agua de tus arroyos,
las demoré en los atardeceres,
esa hora en que los sauces bajan a beber
como manadas de elefantes,
las protegí del nocturno pavor de la intemperie.
A cada una de ellas las nombro ahora,
aunque mi voz siga siendo
más tuya que mía.