1) Amílcar, el gran mago, soñó y despertó. Chasqueó los dedos. Fue lo primero que hizo en la mañana. El resto del día sólo se dedicó a intentar comprender por qué, cuáles habían sido los pasajes del sueño que lo llevaron a chasquear los dedos al despertar. A media tarde, se vio involucrado en una pelea callejera. Desde el suelo, aturdido, supo que alguien chasqueó los dedos y dijo ¨vamos, ya está, se terminó¨. Lamió la sangre que bajaba de su nariz. Después levantó el rostro, estaba rodeado de curiosos. Se incorporó, tosió pesadamente, y se abrió paso.
2) ¨¡La hora del encuentro había llegado! Pero, ¿realmente los pasadizos se habían unido y nuestras almas se habían comunicado? ¡Qué estúpida ilusión mía había sido todo esto! No, los pasadizos seguían paralelos como antes, aunque ahora el muro que los separaba fuera como un muro de vidrio y yo pudiese verla a María como una figura silenciosa e intocable. No, ni siquiera ese muro era siempre así: a veces volvía ser de piedra negra y entonces yo no sabía que pasaba del otro lado, qué era de ella en esos intervalos anónimos, qué extraños sucesos acontecían; y hasta pensaba que en esos momentos su rostro cambiaba y que una mueca de burla lo deformaba y que quizá había risas cruzadas con otro y que toda la historia de los pasadizos era una ridícula invención o creencia mía y en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había trascurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro ¨.
Ernesto Sábato. El Túnel. Fragmento del capítulo XXXVI