14.2.07

lejana tierra mía

¿ A qué extraños y complejos sentimientos puede ser arrojado un ser que descubriera que las leyes naturales ya no juegan a su favor? ¿ Es compatible con la dignidad del ser humano la fantasía irracional de un mundo completa y perpetuamente feliz, donde ya no exista la enfermedad, el dolor y la muerte? ¿ O es mejor, definitivamente, asumir nuestra condición de seres limitados, finitos, que pueden y deben reducir los destinos extremos pero sin llegar al absurdo de querer anularlos?

Arrojó el vestido sobre una silla. Nunca usaba corpiño. Se desplomó pesadamente sobre el sillón y apoyó los pies sobre la pequeña mesa. Quedó mirando el techo durante unos minutos, con la sensación de que muchos hombres estaban espiándola. Siempre existían otros, aunque no estuvieran. ¿ Quién soy en realidad?, solía preguntarse frecuentemente. Creía, en el mejor de los casos para no sentir angustia, que era la pesada carga de su erotismo.

En Ella, hasta el más mínimo movimiento estaba impregnado siempre de la sublime hora de la sexualidad: allí donde se extravían todos los nexos con el mundo físico y sólo quedan los cuerpos tejiendo la más compleja tela en el vacío. Frecuentemente, comparaba con la lectura a ese sentimiento de despersonalización que hace gravitar el sexo. Nadie sufre el desgarramiento de la pérdida de la razón como cuando lee o hace el amor, decía. Por eso, Ella leía o se entregaba al vaivén siempre enigmático de los amantes. O escribía, esa perfecta mezcla de todo.


Texto e imagen de Rantifusos (Fotos: Silvina Salinas - Rosario / Textos: Sergio Mansur - Córdoba)