6.2.07

La vida, ese otro escenario azul que nos demora

Sentía sueño, a pesar de haber dormido profundamente muchas horas. Se levantó y fue al baño. Frente al espejo, en la concavidad de sus manos llenas de agua hundió su rostro, una y otra vez. Cerró los ojos y frotó sus párpados con las yemas de los dedos, débilmente primero y con cierta violencia después hasta que creyó ver una luz azul, intensamente azul. Quitando y poniendo presión sobre los párpados permaneció varios minutos. Todo está mal, decididamente mal pensó mientras rodeaba su cuello con la corbata y bajaba la escalera. Muy mal, dijo mientras aguardaba que le terminaran de limpiar los vidrios del auto frente a un semáforo. Se movió con cautela durante todo el día, cruzó las palabras indispensables con los compañeros de trabajo y almorzó solo, casi a escondidas en un bar cercano. Sonrió un par de veces como queriendo demostrar que aún tenía agallas. Hora de irse escuchó de la boca del personal de limpieza. Ya no quedaba nadie en la oficina. Se quitó la corbata y rodeó el auto, buscando un motivo para quedarse allí. No reconocía las calles. Se detuvo frente a una gran plaza en el mismo momento en que comenzó a llover. Una lluvia extraña, como el día, una lluvia que parecía no tener prisa y colaboraba con la noche multiplicando los carteles luminosos. Bajó y se sentó a esperar a que viniera, mojándose, moviendo los párpados con las yemas de los dedos hasta que creyó ver una luz azul, intensamente azul. El colectivo se detuvo y dudó en incorporarse. Buscó el último asiento y se dejó caer. Pesadamente. Como caen los muros y los techos en las demoliciones. Como caen algunos hombres algunas noches donde la lluvia cae sin prisa y donde la única luz azul posible de verse es presionando los párpados cerrados con las yemas de los dedos.

Texto e imagen de Rantifusos (Fotos: Silvina Salinas - Rosario / Textos: Sergio Mansur - Córdoba)