Ese momento súbitamente le resultó familiar, como si en infinitas siestas Ella hubiera estado allí, parada, aguardando una señal. No sintió sobrecogimiento ni extrañeza. No era un acto de precognición ni de profecía. Era hastío. Era la angustia, como una enredadera.
Ella bajó los ojos y comenzó a asentir frenéticamente con la cabeza. Entiendo que no pueda, dijo en voz baja sin dejar de asentir. Entiendo, dijo mientras comenzaba a alejarse. Si, si. Entiendo. Y Él seguía allí, inmóvil, en ese espacio de verdad que no puede ser atravesado por los ejércitos ni por los recuerdos, flotando en ese tiempo elástico que no pueden medir los relojes.