¿ Qué puede hacerse entre esos dos puntos de la ciudad, entre la llamada telefónica y el rostro descubierto?. ¿ De quién es ahora el cepillo de dientes, la mitad de la cama, los restos de helado, la patria que tenemos y no tenemos, los acordes de hendrix?. Manejé hasta allí sin dificultad pero con la sensación de que todo lo que me rodeaba tenía movimiento y yo estaba quieto. No sentí nada en el recorrido, ni la aceleración después de cada semáforo, ni las frenadas, no escuché la música ni lo que decían gesticulando los vendedores de cada esquina. Nada. Sólo bajé el vidrio para tirar un par de colillas. Me ardían los ojos. La luz del sol que se filtraba entre los árboles trazaba surcos sobre el humo detenido en el interior del auto. Cuando estacioné se acercó un policía para decirme que allí no se podía. Que mierda me importa le dije apurando el paso. Levantó la mano como consintiendo, como apiadándose. Me detuve frente a la puerta giratoria. ¿ Por qué dar esos últimos pasos? ¿ Por qué aproximarse tan peligrosamente a una verdad que puede ser tan dolorosa, tan cretina? Sentí náuseas y un ahogo creciente. Creo que no hubiese entrado si la puerta no me hubiese tragado para que alguien saliera. Me recibieron amablemente y me indicaron dónde esperar unos minutos. Y pude verla, diciendo todo va a estar bien, no te preocupes, dando un giro brusco y levantando con las manos su pollera corta para mostrarme sus nalgas firmes y su pelo buscando nuevamente cubrir su espalda. Y la boca, esa boca que huye de las palabras pero no de mi boca. Y los ojos. Por aquí, ¿puede seguirme?, dijo un hombre minúsculo, oscuro, y me eché a andar detrás. El pasillo no era largo hasta la puerta vaivén. Me detuve nuevamente queriendo retener alguna idea, algún pensamiento, pero no iba a ser posible, sólo atiné a mirarme las manos en un intento de saberme allí. Busqué mi rostro reflejado en la pequeña ventana ojo de buey de la puerta pero tampoco iba a ser posible porque el hombrecito la abrió sin violencia, como quien entra a un cine. Se volvió hacia mi preguntando si yo era un familiar. Descubrí el rostro. La pollera corta, la boca que besa.