15.9.06

Juan Cipriano Torres III

Disparando e´la polecía, supongo habrán sido las primeras palabras cuando mi abuelo lo miró profundamente. Le dió trabajo en una ladrillería incialemente (a unos 600 metros de donde vivíamos), una casa después, y el título de criado al final, ocupándose de los animales y de la jardinería en la propiedá, como él decía, del patrón. Iba a tener un respiro por mucho tiempo. Ya llevaba unos treinta años allí cuando lo conocí, yo tenía alrededor de 5. Era una especie de hombre de la bolsa primero, vaya decía mi abuela, vaya a dormir la siesta porque si no se lo va a llevar el juancho. Y a la cama, sin titubeos. Había hecho pareja con una boliviana, la ñata, que se ocupaba de la limpieza de la casa, no medía más de 1,40, retacona. Venían de lunes a sábado cuando amanecía y se iban a media tarde en medio de una jauría. Primero llegaban los perros y después ellos. Los perros, quedaban todo el día junto a la tranquera, jamás entraban. Así fue como conocí a Juan Cipriano Torres, cuchillo cruzado en la cintura, barriendo el patio o dando de comer a los chanchos, cantando en guaraní y escupiendo la resaca del tabaco. Sombrero, boca desdentada y esa enorme cicatriz, hombre de temer que me decía niño usted quiere hilo, metiendo las manos en los bolsillos y sacando pequeños rollitos (era el hilo con el que se cierran las bolsas de arpillera). Yo estiraba la mano manteniendo cierta distancia y me iba a terminar la trampa para pájaros o el barrilete o remolcaba el duravit. Así fuimos entrando en confianza, mediante el hilo. Después los clavos, el alambre, las primeras frases en guaraní, las historias de hacheros. Juan Cipriano Torres, el juancho. Una tarde los perros aullaban de manera misteriosa. Alguna desgracia, se rumoreaba. Esa madrugada, de su boca escuché la palabra muerte con toda la fuerza que puede azotar a un niño: aferrado a la reja del enorme ventanal de la cocina le decía a mi abuela que había muerto la ñata. Se murió la ñata, recuerdo. Parece que por un golpe, vaya a saber, nadie habló. Y la velaron nomás, allí, en el living de la casa de mi abuela, y el juancho lloraba por un solo ojo, el otro está muerto supo decirme. Y el juancho perdió el norte. Aña retã. Angue. Mba'embyasy. Otra vez está tomado susurraba mi abuela y mi abuelo iba al encuentro para decirle que así no, que así no podía. Y se volvía, cada vez más sucio, cada vez más peligroso. Una tarde, hundio 20 veces su cuchillo en la espalda de su compañero de copas y lo tiró al aljibe. Esta vez no iba a escapar, se lo llevaron a la cárcel de Vera, jodida cárcel. Pensé que nunca más volvería a verlo, pero el destino me iba a permitir despedirme algún tiempo después. (continuará)

Aña retã. Angue. Mba'embyasy. Infierno. Alma de muerto. Triste.