1) De Guillaume Apollinaire, me gusta casi todo. Poesía, todo. Pero lo extraño (después de leer su poesía) y para estómagos bien curtidos es: Las once mil vergas. No me digan ahora que el título tiene algún desperdicio. 100 años hace ya de ese librito, vea. Jua jua jua jua para los relatitos eróticos que pululan en los blogs. Louis Aragon en el prólogo no firmado al libro, escribió (no se para qué prologó): Señores, esto no es serio. Veamos por qué, con dos parrafitos (de la lectura total, yo no me hago cargo eh, elegí algo así como los ejercicios de elongación, casi una clase de yoga digamos):¨El príncipe se desvistió rápidamente y quedó completamente desnudo cuando entraron Alexine y Culculine enfundadas en unos maravillosos deshabillés. Se echaron a reír y lo besaron. El empezó por sentarse, luego colocó a cada una de las muchachas encima de una de sus piernas, pero lo hizo levantándoles la falda, de manera que ellas permanecían decentemente vestidas y él sentía sus culos desnudos sobre los muslos. Luego empezó a masturbar a cada una con una mano, mientras ellas le cosquilleaban el miembro. Cuando sintió que estaban completamente excitadas les dijo: –Ahora vamos a dar clase. Las hizo sentar en una silla enfrente suyo y, después de reflexionar un instante, les dijo: –Señoritas, acabo de notar que no llevan bragas. Deberían avergonzarse. Corran a ponerse una. Cuando volvieron, comenzó la clase. –Señorita Alexine Mangetout, ¿cómo se llama el rey de Italia? –Si crees que me importa, ¡no tengo ni idea! –dijo Alexine. –Tiéndase en la cama –gritó el profesor.¨
2) Entre el post de ayer y el de hoy, una conclusión: la libido nunca debe estar fija en un punto, debe moverse. Aunque sigamos jodidos.