26.6.06

4 de copas


1) Perpetuum Mobile.
Dijo: estoy podrida de que todo se limite al lenguaje futbolero. Jefes, amigos, desconocidos, familiares. Recancheros. Estás offside, me la dejás picando, buena delantera, hay que jugar en el campo de ellos, me la paso atajando penales, abrir la cancha, tiro el corner y cabeceo, hablamos en el entretiempo, me parece que hay alargue, no pasamos primera ronda si seguimos así, te saco la roja. Pero a fin de cuentas, ¿sabés?, para vivir nunca encuentro suplentes, siempre de titular en esa, siempre.

2) - ¿ Qué queda entonces de aquella plegaria? ¿ Qué resta de aquella búsqueda?
- Nada, una voz ronca e inaudible.

2) "Luego, la vieja máquina se derrumbó pesadamente, ahogando en su caida el estertor agudo de las válvulas". Angel González, Muerte de Máquina (1923)

3) El relojero de Maguncia

"Todo fluye, leyó de Heráclito. Johan Joachim Becher así lo creyó, es más, entendió que siempre había sido así, incluso antes de que la luz hiciera brotar las flores y los pájaros. Becher cerró al punto los ojos e imaginó el universo primigenio larvándose a la sombra de una enana blanca; imaginó también, mucho antes de que existiesen las leyes y el código de Hamurabi, como las galaxias blasfemaban al borde del infinito mientras los cometas jugaban con Dios al escondite. Becher tomó aquella idea primigenia, que ya estaba en la esencia de las cosas, y decidió instalarla permanentemente en un jardín de Palacio. Entusiasmado con el proyecto, el kurfursten de Maguncia, murió creyendo que las bolas y las cargas rodantes del viejísimo reloj de su castillo marcarían un día la penúltima hora del Apocalipsis.
Algún tiempo después, Becher escribiría en su diario: Diez años me dediqué a esta imprudencia, perdiendo tiempo y dinero y haciendo perder mi reputación, todo esto únicamente para decir hoy día con plena convicción que el movimiento perpetuo es irrealizable.
Desde entonces, Johan Joachim Becher pasa las tardes sorbiendo té. El único recuerdo que tiene de aquella cita de Heráclito es un riachuelo que pasa junto a su jardín. Antonio R. Polo, (1998)